Una luz en el túnel
La intensa luz inmovilizó la presa. Al viejo le bastó percibir el rojo de las retinas. Levantó la escopeta, ya amartillada, apuntó cuidadosamente y disparó. La detonación hizo girar repentinamente la presa pero ello no evitó que las municiones le atravesaran el pecho; cayó hacia un lado y ya no se levantaría más. El cazador, pie de hueso blanco, tomó el cadáver fláccido, lo observó brevemente y lo puso en su gastado morral. Después de todo había hecho bien en hacer creer a las víctimas que aquella luz conducía a algún sitio.
Dictator vulgaris
El golpe fue breve e incruento: unos tanques en la plaza, algunos camiones con tropas, el raudo helicóptero para el presidente constitucional, la marchita militar en los medios.Frente a las cámaras el futuro dictador, las manos entrelazadas sobre un gran escritorio, de fondo las banderas mustias y el enigmático retrato del héroe del siglo XIX. El hombre dijo entonces: “¡Compatriotas!. Estábamos al borde del abismo, pero hoy hemos dado un paso al frente…”
La emboscada
El calor era insoportable. El calor, los insectos y la transpiración pegajosa. Pero había que estar allí, esperando. Hacía días que esperaba. Los ojos fijos en el calvero casi le dolían. Fue entonces que lo vió, tratando de ser sigiloso. No le dió ninguna chance y allí quedó para pudrirse aquel despreciable homínido, sus dos ojos desmesuradamente abiertos, sin escamas ni opérculos, casi lampiño y hediondo. Apoyándose en sus tentáculos gelatinosos la criatura se desplazó nuevamente a su posición de espera, conteniendo la nausea.
El emparedado
El día del aniversario, el hombre le dijo con sorna: “hace años que no festejamos, hoy podrías hacer por lo menos un emparedado”. La mujer, que ni siquiera lo miró, dedicó el resto del día a la propuesta. En la noche colocó trabajosamente el último ladrillo.
Mantis
Espera, su abrazo oculto tras la pose religiosa. Por este pasaje alguien vendrá, tarde o temprano siempre alguien viene, viene y la ignora. Entonces...
La fuga del Madaleno
Los ojos llorosos daban pie para llamar Madaleno al cerdo cebado de Ña Eulalia. Sólo comía fruta y verdura de la mejor y era el orgullo de la viuda para envidia de los vecinos. La Doña soltaba cada noche un mastín hecho a rigor que le vigilaba el chiquero y dos por tres volvía con ropa o alguna oreja de cristiano entre los dientes.
Un tardecita la viuda bajó al boliche del pueblo a comprar caña y el patrón la toreó con un “Ña Eulalia, un día le vamo a comer el chanchito…” La vieja lo miró fijo, sacó cuarenta pesos del delantal y golpeando el estaño dijo con una mueca de desprecio entreverada en su vozarrón “¡Aquí dejo esta plata p´al que se me lleve al Madaleno!...¡si es que puede…!.
A Perico, un fullero recién llegado, el reto no le pasó desapercibido, ni tampoco el susurro de un viejo aindiado que jugaba al truco por porotos “…perro criado a palos hay que conversarlo un poco y ¡ya está!”. Unas nochecitas después pasó Perico frente a la casa de la Doña con una chancha en celo, le aflojó unos metros de cuerda y la bicha se fue derechito al chiquero del Madaleno. Mientras, el mastín avanzó como a devorarse al Perico, pero el muy ladino lo encaró, le murmuró unas palabras, le acarició las orejas y el perro se echó a sus pies. Así fue como Ña Eulalia se quedó, sin chancho, sin mastín y sin los cuarenta pesos.
Juego de domingo
Hombres y niños corrían tras la pelota con un alboroto de risas, órdenes y reproches, cada tardecita de domingo traía aquella diversión tan esperada por el muchacho. De golero entre dos montones de piedras, imaginaba ovaciones cada vez que los bulliciosos jugadores se le aproximaban. Un puntapié, arrojó la pelota lejos, sobre las chircas. El peoncito corrió a buscarla pero quedó inmóvil y en cuclillas. Su mirada se cruzó con la pupila vertical de la crucera solamente un segundo, al siguiente dos puntos carmesí en la mano derecha y luego la nausea con la certeza de la muerte. Gimiendo y bañado en sudores lo llevaron hasta las casas, mientras los hombres hacían arrancar la vieja Willys. Había que llevarlo al pueblo en una carrera de cuarenta minutos. No tenía chance y todos lo sabían. Pero lo llevaron igual. Dejó de respirar bastante antes de llegar, ya cadáver.
domingo, 20 de mayo de 2007
Solía vivir aquí
¡Golpean la puerta!....José...¿me escuchaste?
La Cuca dió un salto, dejó caer la comida y salió corriendo, perdiendo en las escaleras algunos restos de pan. Cruzó velozmente los dos escalones que restaban y se detuvo ante la puerta. A esa hora no solía venir nadie a la despensa, pero justo ese día y a esa hora...pero por sobre todo había llegado a percibir aquel olor...
-José...vamos ¡atiende esa puerta!...¡caramba!
Era la voz de Ermelinda que reconvenía, como casi todos los días, la apatía de José en atender la puerta. El hombre, que solía sentarse a leer revistas viejas en un sofá, estaba ahora profundamente dormido, la boca tan abierta como la revista que se apoyaba entre sus piernas.
-¿Tendré que ir yo?...¿será posible que este hombre, nunca, nunca se digne abrir la puerta?
Ermelinda secó sus manos en el delantal y, bastante malhumorada se dirigió a la puerta.
-¿Quién es?
-Soy yo.... don Favio
-¡Ya le abro! ¡ya le abro!...¡José, debería darte vergüenza que yo tenga, siempre, siempre, que hacer todo! Esta vez lo dijo en voz muy baja y al oído de José que parecía disfrutar mucho de aquella siesta a media mañana.
Cuca, a medio comer, no se decidía a salir. Dudaba entre las migas de pan y el olor que podía percibir detrás de la puerta.
Ermelinda recogió las llaves y al pasar nuevamente junto a José le tiró de una oreja frotándole el lóbulo, algo que desagradaba especialmente a su marido.
-Buenos días doña
-Buen día don Favio. Pase, pase...y disculpe la demora, es que éste José...
José sintió el ardor en su oreja y despertó, se secó la saliva de la comisura con el dorso de la mano y miró alternadamente a su mujer y al viejecito canoso con su gran mochila.
-¿Qué pasa? dijo confundido por el visitante y su atuendo , mientras recogía la revista que había caído al suelo.
-Ha venido don Favio. Yo se lo pedí
-¿Don Favio? dijo mirando ahora al viejo que, parecía estar entretenido con algo que ocurría en el aparador.
-Si, nene, don Favio...el fumigador
Ya con el hombrecito dentro de la casa, el olor se había tornado insoportable para Cuca. Giró rápidamente y corrió hacia el aparador.
-¿Fumigador?...no tengo nada contra usted don Favio..pero...¿a quién vamos a fumigar?
La mujer pensó que no sería mala idea fumigarlo a él. Era fácil cuando se dormía a media mañana y abría tamaña boca; seguro que ni se despertaba cuando le pasara con un gran embudo el líquido lechoso y letal. Ese pensamiento hizo que sus ojos brillaran especialmente al tiempo que las arrugas del entrecejo desaparecían por unos segundos.
-Ayer abrí la despensa para sacar una taza y...¡de adentro de la taza salió una cucaracha inmunda con unas antenas enormes! Ah no, no...enseguida hice llamar a don Favio..no podemos seguir así ¿entendés?
A José le había pasado lo mismo unos días atrás pero se limitó a pasar los dedos por el borde de la taza y luego, como sí nada, se hizo un té de bolsita, pensaba que esos bichos eran un poco como él.
Previendo el armagedón que se avecinaba, la Cuca estiró todo lo que pudo sus antenitas y a todo correr de sus patitas quiso salir por la puerta de la casa, quiso, porque Don Favio, bastante ágil aún estiró su pie y ...
La Cuca dió un salto, dejó caer la comida y salió corriendo, perdiendo en las escaleras algunos restos de pan. Cruzó velozmente los dos escalones que restaban y se detuvo ante la puerta. A esa hora no solía venir nadie a la despensa, pero justo ese día y a esa hora...pero por sobre todo había llegado a percibir aquel olor...
-José...vamos ¡atiende esa puerta!...¡caramba!
Era la voz de Ermelinda que reconvenía, como casi todos los días, la apatía de José en atender la puerta. El hombre, que solía sentarse a leer revistas viejas en un sofá, estaba ahora profundamente dormido, la boca tan abierta como la revista que se apoyaba entre sus piernas.
-¿Tendré que ir yo?...¿será posible que este hombre, nunca, nunca se digne abrir la puerta?
Ermelinda secó sus manos en el delantal y, bastante malhumorada se dirigió a la puerta.
-¿Quién es?
-Soy yo.... don Favio
-¡Ya le abro! ¡ya le abro!...¡José, debería darte vergüenza que yo tenga, siempre, siempre, que hacer todo! Esta vez lo dijo en voz muy baja y al oído de José que parecía disfrutar mucho de aquella siesta a media mañana.
Cuca, a medio comer, no se decidía a salir. Dudaba entre las migas de pan y el olor que podía percibir detrás de la puerta.
Ermelinda recogió las llaves y al pasar nuevamente junto a José le tiró de una oreja frotándole el lóbulo, algo que desagradaba especialmente a su marido.
-Buenos días doña
-Buen día don Favio. Pase, pase...y disculpe la demora, es que éste José...
José sintió el ardor en su oreja y despertó, se secó la saliva de la comisura con el dorso de la mano y miró alternadamente a su mujer y al viejecito canoso con su gran mochila.
-¿Qué pasa? dijo confundido por el visitante y su atuendo , mientras recogía la revista que había caído al suelo.
-Ha venido don Favio. Yo se lo pedí
-¿Don Favio? dijo mirando ahora al viejo que, parecía estar entretenido con algo que ocurría en el aparador.
-Si, nene, don Favio...el fumigador
Ya con el hombrecito dentro de la casa, el olor se había tornado insoportable para Cuca. Giró rápidamente y corrió hacia el aparador.
-¿Fumigador?...no tengo nada contra usted don Favio..pero...¿a quién vamos a fumigar?
La mujer pensó que no sería mala idea fumigarlo a él. Era fácil cuando se dormía a media mañana y abría tamaña boca; seguro que ni se despertaba cuando le pasara con un gran embudo el líquido lechoso y letal. Ese pensamiento hizo que sus ojos brillaran especialmente al tiempo que las arrugas del entrecejo desaparecían por unos segundos.
-Ayer abrí la despensa para sacar una taza y...¡de adentro de la taza salió una cucaracha inmunda con unas antenas enormes! Ah no, no...enseguida hice llamar a don Favio..no podemos seguir así ¿entendés?
A José le había pasado lo mismo unos días atrás pero se limitó a pasar los dedos por el borde de la taza y luego, como sí nada, se hizo un té de bolsita, pensaba que esos bichos eran un poco como él.
Previendo el armagedón que se avecinaba, la Cuca estiró todo lo que pudo sus antenitas y a todo correr de sus patitas quiso salir por la puerta de la casa, quiso, porque Don Favio, bastante ágil aún estiró su pie y ...
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